La palabra “escuela” viene del latín schola, y este del griego σχολή scholḗ; que significa ‘ocio’, ‘tiempo libre’. Sin embargo, es paradójico cómo lxs niñxs que asisten a la escuela entienden que comienza su tiempo libre y de ocio cuando acaba su jornada escolar.
Me gustaría volver a la raíz de la palabra, y poder invitar a la reflexión -poniéndonos en la piel del niño- preguntándonos de qué manera esa definición es sentida así por ellos.
La escuela, el colegio, el instituto… son instituciones educativas muy poderosas y brillantes en esencia, que cultivadas con una gran dedicación y de forma comunitaria pueden llegar a ser un referente real de valores (empatía, igualdad, cooperación, inclusión, democracia…) que crean VALOR.
Poner las semillas de la inteligencia emocional en la infancia y cuidarlas con gran mimo durante las diferentes etapas educativas entre todxs los miembros de la sociedad, es el propósito principal de la educación. Educar en la felicidad, la resiliencia y entendimiento, procurará un futuro con menos diferencias donde la diversidad será considerada como un concepto de enriquecimiento personal, social y cultural. Por ello, la educación emocional debería ser la primera asignatura pendiente a tener en cuenta en el currículo educativo. No solo es importante para el futuro, sino en cada día del presente en el que vivimos.
En el post anterior sobre el salario emocional en el ámbito profesional, se dejó abierta la siguiente reflexión: ¿Qué salario emocional ofrecemos a nuestros alumnos? Su salario económico sería el equivalente al aprendizaje, pero ¿qué ocurre con el resto? Los niños viven en las instituciones educativas experiencias que también son y serán el producto de su historia, de su forma de ser…
Consideremos la oportunidad de beneficiar a nuestros alumnos con un salario emocional de forma diaria. Podemos ser el ejemplo desde la base…
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