Enjuiciar sucesos y situaciones que tienen lugar en nuestra vida, tiende a ser una norma en la sociedad actual. Expresiones como: “¡qué suerte!” o “¡qué mala suerte!” son tipos de juicios que atribuímos casi de inmediato a nuestras experiencias vividas. Con ello, lo que estamos haciendo es juzgar una situación como positiva o negativa en función de los efectos que tenga sobre nuestro bienestar personal en el momento presente (si me hace sentir bien, es positiva y si me provoca un problema o malestar, es negativa) sin saber ni a corto ni a largo plazo los efectos que provocará en nuestra persona.
Este modus operandi, me recuerda a un cuento taoísta que a veces utilizo en mi clases con lxs yogis mayores. Lo encontré mientras leía “Tao para vivir” de Daniel García, Liu Zheng y Ángel García.
Espero que os guste tanto como a mí y os sirva como impulso para cambiar este hábito si así lo queréis.
Había una vez un campesino que vivía con su hijo.
Tenían un caballo que les ayudaba en las labores del campo. Un día el caballo desapareció, se había escapado. Un vecino, que vivía en un campo cercano les visitó y fue a consolarlos:
-¡Qué mala suerte! Se les ha escapado el caballo, ahora ¿qué harán para trabajar la tierra?
El campesino sabio respondió:
-¿Buena suerte?¿Mala suerte?¡Quién lo sabe! Lo cierto hoy es que se nos ha escapado el caballo. Lo demás, el tiempo lo dirá.
Tras unos días, el campesino y su hijo vieron regresar al caballo. Para su sorpresa, volvió seguido de una yegua. El vecino, nuevamente fue a su casa, tras ver regresar al caballo acompañado y lo felicitó por tan buena suerte.
-Esto sí es buena suerte, tenías un caballo perdido y ahora no solo ha regresado, sino que además tienes una yegua. A lo que el anciano sabio, como en la ocasión anterior contestó:
–¿Buena suerte?¿Mala suerte?¡Quién lo sabe!. Lo cierto es que el caballo ha regresado con una yegua. Lo demás, el tiempo lo dirá.
En los días siguientes, mientras el hijo del campesino estaba intentando domar a la yegua salvaje, cayó al suelo y se rompió una pierna. Tan pronto como lo llevaron al médico para curarle, éste le comunicó al anciano sabio que su hijo quedaría cojo. Nuevamente, el vecino, al ver regresar al anciano y a su hijo, se acercó a su casa para consolarlo por tan mala suerte, a lo que el anciano respondió:
-¿Buena suerte?¿Mala suerte? ¡Quién sabe! Lo cierto es que mi hijo se ha roto una pierna. Lo demás el tiempo lo dirá.
Pasado algún tiempo, la región donde vivían entró en guerra. Un buen día, un grupo de guerreros se presentaron en cada una de las casas a reclutar obligatoriamente a los jóvenes del pueblo. Al llegar al campo del anciano sabio y su hijo, se dieron cuenta de que estaba cojo y dijeron:
-¿Qué te ocurre?
-Me la he roto mientras estaba domando a una yegua, no puedo correr y nunca más caminaré sin cojear.-repitió el muchacho.
-Así no nos sirves- recalcaron los soldados. Cuando se hubieron ido, el anciano dijo a su hijo:
-¿Entiendes ahora por qué tantas veces he dicho que el tiempo lo dirá, hijo mío? Los hechos en la vida no son, en sí mismos, ni buenos ni malos. Puede que algo que al principio pareciera bueno, acabe dando lugar a otro suceso que nos parezca malo y así sucesivamente.No sufras por lo que sucede. Lo que nos genera dolor es la opinión que tenemos de lo que nos ocurre. No tengas prisa, espera a ver cómo cada situación afecta a tu futuro. Un día, con tu pierna rota, ante el médico, la maldijiste, y ahora, gracias a la buena suerte de rompértela has evitado la guerra y quizás hasta la muerte”.
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